lunes, 8 de junio de 2015

AYÚDAME Y TE AYUDARÁS


Este cuento me lo ha enviado por correo una niña de 10 años. Además de todo el mensaje que lleva entre sus lineas, me ha parecido precioso que haya querido compartirlo con todos a través de mi página, Muchas Gracias MIRYAM!!! 




Era don Ramón un rico banquero, de cuerpo ancho, cara redonda, un bigote largo que le llegaba hasta las patillas, orejas grandes y una gran nariz de las que colgaban unas lujosas gafas.

Tenía una hija muy guapa que se llamaba Sara; era delgada, rubia, con pecas, ojos azules, de pelo ondulado recogido con dos pinzas y una sonrisa muy bonita.

Un buen día salía don Ramón de la mano de su hija hacia el colegio. Al pasar por delante de la iglesia, se le acercó un hombre, muy delgado, con barba de varios días, tenia los pantalones rotos y una chaqueta muy usada, y le dijo: “por favor, podría darme algo para comer, llevo dos días sin probar bocado”. D Ramón contestó: “ni hablar, busca trabajo y no hagas el vago”:

Al día siguiente volvió a pasar por la iglesia y había un entierro; don Ramón preguntó “¿quién se ha muerto?” le dijeron que era un mendigo que pedía limosna para comer.

D. Ramón estuvo todo el día pensando en aquel mendigo, hasta que se acostó.

Cuando ya estaba profundamente dormido, una voz le despertó: “papá papá, ¡ayúdame!  D. Ramón se acercó a Sara y le preguntó: “¿Qué te ocurre?  “¡me duele mucho la barriga! respondió Sara.

d. Ramón llamó a la ambulancia, que llevó a Sara al hospital.

Tras hacerle muchas pruebas, los médicos hablaron con D. Ramón: “su hija tiene una enfermedad muy grave; es incurable, tan solo le quedan cinco días de vida, lamentamos no poder hacer nada.

D. Ramón gritaba: ¡cómo! ¡Esto no puede ser! ¡Esto no está pasando! ¡Buscaré los mejores médicos del mundo, que para eso tengo mucho dinero!

Durante los cinco días siguientes estuvo buscando por todo el mundo, pero todos los médicos le decían lo mismo “lamentamos no poder hacer nada”.

El día del entierro, en la iglesia, don Ramón está sentado en la primera fila, junto a Sara.

Estaba muy triste, con la cara larga, con muchas ojeras de haber llorado mucho, seguía llorando sin parar; no se lo podía creer, su hija había fallecido.

Todo el pueblo pasó a darle el pésame. Ya no quedaba nadie cuando una figura muy delgada con la ropa rota se acercó y le dijo: “ves como en la vida no es todo dinero”.

D Ramón levantó la mirada y reconoció al mendigo al que le había negado la limosna: “siento mucho mi comportamiento, ojalá pudiera ir atrás en el tiempo. Pero... ¡¿tú no estabas muerto?!

De repente una luz cegadora transportó a don Ramón a su cama, al tiempo que se oía una voz:”papá papá”, era Sara llamando a su padre y D. Ramón acudió “¿qué te pasa”? “papá he tenido una pesadilla.

Y dijo D. Ramón “afortunadamente ha sido todo un sueño” sin dejar de abrazar a su hija.

Esa misma mañana, después de llevar a Sara al colegio, D. Ramón pasó por la iglesia y donó la mitad de su dinero para un comedor para los necesitados.


                                                                                 
Miryam
                     


miércoles, 3 de junio de 2015

La caja de Galletas









Había una vez una señora que debía viajar en tren.

Cuando la señora llegó a la estación, le informaron de que su tren se retrasaría aproximadamente una hora. Un poco fastidiada, se compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Buscó un banco en el andén central y se sentó, preparada para la espera.

Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. De pronto, sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comer. La señora se molestó un poco; no quería ser grosera pero tampoco hacer de cuenta que nada había pasado. Así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió mirando fijamente al joven.

Como respuesta, el joven tomó otra galleta y, mirando a la señora a los ojos y sonriendo, se la llevó a la boca. Ya enojada, ella cogió otra galleta y, con ostensibles señales de fastidio, se la comió mirándolo fijamente.

El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora estaba cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, ella se dio cuenta de que sólo quedaba una galleta, y pensó: "No podrá ser tan caradura" mientras miraba alternativamente al joven y al paquete. Con mucha calma el joven alargó la mano, tomó la galleta y la partió en dos. Con un gesto amable, le ofreció la mitad a su compañera de banco.

-¡Gracias! -dijo ella tomando con rudeza el trozo de galleta.

-De nada -contestó el joven sonriendo, mientras comía su mitad.

Entonces el tren anunció su partida. La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Desde la ventanilla, vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: "¡Qué insolente y mal educado! ¡Qué será de nuestro mundo!" De pronto sintió la boca reseca por el disgusto. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su paquete de galletas intacto.